De entre todas las circunstancias más dolorosas que pueden presentarse a lo largo de la vida, una de las más devastadoras suele ser la pérdida de un hijo.
Perder un hijo es algo realmente traumático que se manifiesta con muchas sensaciones entremezcladas. Por eso es primordial atravesar el duelo, para poder aceptarlo.
En el caso de un bebé que nace muerto, la frustración y el dolor pueden ser incluso mayor porque deja de haber un recuerdo vivo sobre el cual depositar la angustia.
La vida se ha robado la oportunidad de conocerle, de poder abrigarle, cambiar sus pañales, de experimentar sus miradas, sus respuestas, todo eso que tanto se deseó.
Es fundamental que ambos padres puedan permitirse conectar con el dolor de esta pérdida, darse la oportunidad de sostener en brazos a ese bebé, acariciarle, mimarle, basarle, abrigarle y protegerle aunque sea por ese único momento.
Ahora bien, volver a casa sin tu bebé cuando miras a muchos de esos otros padres con sus niños recién nacidos y sanos, puede ser incluso más duro todavía.
Un mundo de gente a la cual dar explicaciones, una casa vacía, un montón de ropa y de cosas con la que no saber que hacer, dos corazones llenos de dolor y los brazos vacíos.
Experimentar algo tan doloroso puede también ser un gran aprendizaje. Nadie tiene la vida comprada, sin embargo, aceptar esta pérdida no es fácil, por eso es crucial el apoyo mutuo.
Compartir algunos sentimientos entre la pareja, familia y amigos, hará seguramente que la carga sea más liviana, sin embargo es importante el trabajo de ambas partes con un buen profesional.
No todas las personas sufren su pesar de la misma manera, el dolor es personal y se siente diferente, tanto como los síntomas y consecuencias.
La sensación de dolor, el vacío, el shock, se esperaron muchos meses y de repente las cosas no salieron como fueron esperadas, la culpa y ese pensar que tal vez hiciste algo para que eso ocurra. la desesperación, y esa depresión profunda en la que te sientes atrapada en la infelicidad, sin salida que traiga alivio, marcada por esa sensación de que lo único que espera es el aniquilamiento y destrucción. El resentimiento, la amargura, la compasión de ti misma, el aturdimiento y la distancia, como si todo fuera irreal.
El miedo, ese sentir de que podrías volverte loca si no pones fin a este tormento.
El anclaje a lo que se ha ido, asociado a los recuerdos de lo feliz que podría haber sido todo.
El deseo de hablar una y otra vez acerca de lo mismo, sin poder ocupar los pensamientos por ninguna otra cosa.
La aromaterapia puede ser tu gran aliada a la hora de aliviar muchos de estos síntomas de angustia, dolor, y volver a comenzar.
El vetiver para calmar los pensamientos repetitivos, la lavanda para poner tus pies en la tierra y aliviar la angustia, la flor de tilo para encontrar ese abrigo calentito que falta y ayudarte a descansar mejor, el ciprés para la transición.
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