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Aromaterapia puerto de luces

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Un pedacito de mi historia.

26 septiembre, 2018 por Gonzalo Spegazzini 1 comentario

Todo comenzó una noche fría de un 5 de Agosto, tan sólo tenía 13 años de edad y vivía en la ciudad de La Plata (Prov. de Bs As).

Hacía varios días atrás había escuchado hablar a Sara sobre Mónica y sus grandes conocimientos en el campo de las plantas aromáticas.

Ellas se habían conocido en un viaje de trabajo yendo a Inglaterra.

Así que el día 4 mientras mamá cocinaba me acerqué y le pregunté si cabía la posibilidad de que me lleve a escucharla.

Sus palabras fueron un NO, no y no.

¿Por qué? -pregunté en mi enojo al sentir no le importaba lo que le estaba diciendo.

-Porque dije que no y la cortás acá Gonzalo Rafael Spegazzini (forma en la que solía llamarme cada vez que me retaba).

Pero a decir verdad, como sus palabras no me resultaron muy convincentes, y ya estaba acostumbrado a escuchar el “no” de antemano ante cada pregunta que hacía sin dejar que la formule del todo, decidí no oírla.

Y al llegar la noche me propuse que iría como sea.

Tenía un sueño y sentía que mi oportunidad se pasaba a pesar de mi corta edad, por lo que no me la iba a perder.

Comencé a caminar y girar por toda la casa mientras pensaba en silencio, cosa habitual en mi cuando resuelvo algo en mi cabeza.

-Gonzalo! Te podés quedar quieto y sentar que me vas a volver loca con esa inquietud que tenés! ¿Por qué no usas esa energía para hacer las cosas que tenés que hacer como por ejemplo ordenar tus libros..?- dijo mamá.

-Ayyy… “que me prendía fuego esta mujer siempre con sus comentarios tan poco apropiados”.

Pero como siempre fui rebelde y solía escuchar mucho lo que dictaba mi corazón, una vez más pensé en mil estrategias para llegar a ese lugar.

Aunque todas me parecían imposibles de realizar.

-¿Cómo voy a ir? – me preguntaba a mi mismo.

Siempre fui un niño muy obsesivo, lo heredé de mis padres.

Y quizás ese señale motivo por el cual siempre sus dobles mensajes y sus NO sin motivo alguno nunca lograron convencerme a la hora de proponerme algo.

Así que esa noche vigilé que se durmieran y cuando eso sucedió me levanté en puntas de pie, tomé mi juego de llaves, mis ahorros (monedas y pequeños billetes) y con miedo y decisión caminé hacia calle 44 para tomar el primer micro que me llevaría a Buenos Aires capital.

Iba con tan sólo una servilleta en la que había anotado una dirección, una mochila y un cuaderno Rivadavia.

Estaba nervioso y apurado, necesitaba llegar a San Isidro y eran las 4 am.

A la vez me sentía lleno culpa, estaba haciendo algo que no me permitían.

Pero una fuerza se había apoderado de mi, la misma que me mantiene vivo y que al día de hoy a veces no me deja dormir.

La llaman deseo.

Así que una vez llegué a Retiro me acerqué a un hombre que vendía diarios y pregunté como llegar.

El mismo me indicó tomar un tren hasta Boulogne, bajar, tomar 2 micros más y luego caminar 3 cuadras en derecho.

Debía llegar antes de las 9 am. o llegaría tarde.

Pero todavía era de noche y las caras en la oscuridad de quienes pasaban me asustaban.

Aún así, nada me detuvo.

Debía encontrar a Mónica.

Nadie sabía lo que significaba para mi ese encuentro.

Llegué a las 8.30. Faltaba media hora pero mi ansiedad era tan grande que sentí que los minutos no pasaban.

Al llegar miré el reloj y esperando el segundero marcara la hora en punto, toqué el timbre. Una mujer salió a atenderme.

-Hola chiquitín- dijo ella

-Hola susurré

Y mirándome a los ojos y sonriendo dijo:

-¿Qué hacés por acá?, ¿Dónde están tus padres?

-En mi casa contesté.

-¿Y dónde está tu casa?

-En La Plata.

-¿Pero saben que estás acá?

-¡No!, respondí, pero sé que tenía que venir como sea y no me iban a dejar. Si se enteran me matan -contesté con un gran nudo en la panza-.

Así que muy amablemente me abrió la puerta y me invitó a pasar.

Primero entré a un jardín maravilloso en el que vi las flores más bellas que jamás había visto.

Mis sentidos se llenaron de gozo, mis ojos de lágrimas y una corriente helada atravesó mi cuerpo.

Subí unas escaleras y en ese instante sentí que algo se movilizaba muy fuertemente en mi.

No sabía si reír o llorar, estaba muy emocionado.

En el aire se podía sentir el suave y delicado aroma de la Lavanda.

Estaba allí, lo había logrado sólo, después de semejante miedo a perderme y terminar en cualquier lado.

¿Qué te trajo por aquí Gonzalo?, -ella me preguntó-

-Sé que esto es lo que más quiero en la vida -contesté-, y si me perdía esta oportunidad quien sabe cuando la volveré a poder encontrar.

-Veo que eres un niño muy decidido, eres muy pequeño para estar aquí sin permiso de tus padres, pero yo me puedo responsabilizar de si te pasa algo.

Sin embargo muy amorosamente me dejó ser.

Pasé todo un día entero allí, aprendí muchas cosas valiosas que quedaron atesoradas en mi corazón.

Era uno de mis primeros contactos con la Aromaterapia en presencia de alguien así frente a mi.

El taller terminaba a las 18 hs. Momento en que el sol ya se ocultaba.

Al finalizar, una mezcla de sensaciones todas justas invadieron mi ser. Miedo por no saber como volver a mi casa en La Plata, éxtasis porque había pasado la tarde más maravillosa de mi vida y culpa por no haber cumplido con las normas de mi hogar.

Pero como todos me habían visto muy decidido a pesar de mi corta edad y ser el único que respondía bien a las preguntas no sólo que quedaron impactados, sino que se enternecieron y me llevaron a la terminal camino de vuelta.

Desde ese entonces y para siempre, supe que había encontrado mi vocación.

Llegué a mi casa, y cuando llegué mamá estaba rezando el Rosario.

Al entrar oí a mamá decir que si podía oler el aroma a Rosas que había invadido la casa, me preguntó si había echado algo, le contesté que no.

Me dispuse a sentarme a la mesa callado la boca, mamá me miró a los ojos y me dijo ¿dónde te estuviste todo el día?, así que me persigné haciéndome la señal de la cruz y pedí a María en mi silencio que mamá no me rete ni se entere nunca lo que había hecho.

Algo me había quedado muy en claro, sabía que quería sentir eso que había vivido aquella tarde para el resto de mi vida.

Pasó el tiempo, y ese contacto con esa magia me siguió envolviendo durante años, sumado a mi sed de conocimiento, curiosidad y muchas ansias de querer cambiar el mundo.

Fueron años que seguí alimentándome de aquella tarde de éxtasis que había elegido vivir, cada vez que la recordaba podía volver a ese instante nuevamente.

Sentí por momentos no iba a poder lograrlo, no contaba con el apoyo de nadie.

Era bisnieto de uno de los más grandes botánicos de la historia y mi familia no se dignaba a brindarme una mano.

El tiempo y los años me llevaron a descubrir que cada vez que los necesitaba no estaban, y eso, me facilitó hallar otras herramientas que desconocía en mi.

Comprendí que me tenía a mi mismo. Y descubrirlo me llevó a encontrar parte de un gran potencial.

A medida que fui entrando en la pubertad comencé a sentir un vacío muy grande, y a sentir una sensación muy extraña. Algo así como el alma helada, algo que desde lo físico venía como un frío que me dejaba a veces duro y paralizado y que tal vez no era real, pero yo lo sentía así.

Me juré ser el mejor en todo lo que hacía, ya que para ser tenido en cuenta en mi hogar debía ser un niño 10. Como lo eran mis padres, con tres carreras hechas cada uno y premiados ambos por sus destacables promedios.

Llegó Octubre- Noviembre de 1998. Y me tocaba ser abanderado de la Bandera nacional (mejor promedio) y de la bonaerense (mejor compañero, elección que hacían mis compañeros del curso).

En ese entonces mis padres se estaban separando mediante un juicio y se vivía un clima muy tenso.

Pero había logrado que ambos al menos ese día me mirasen.

En medio del acto escolar y con la bandera encima comencé a temblar de la fiebre. Mientras tanto la directora anunció que según una estadística en la que se habían estimado los mejores promedios de los mejores colegios vendría con un gran regalo.

No sólo era el ganador del resultado final, sino que el premio que me otorgaba la municipalidad de la plata era pasar una tarde con Dalai Lama (premio Nobel de La Paz) debido a mi esmero y solidaridad y a posterior, una entrega de un diploma que me sería dado por el mismo.

Pero algo opacó esa escena, yo estaba lleno de odio contra mis ambos padres, y sentía habían ido a figurar.

Mamá no paraba con los flash y sus fotos, y entre medio de tantas miradas puestas sobre mi comencé a sentir que no quería estar allí.

Así que como mecanismo natural y producto de mi estado se me bajó la presión, lo que me ayudó a huir de escena.

Me llevaron a casa con mi madre, y esa noche tuve una gran convulsión, ya había tenido varias pero más separadas en el tiempo.

Me recuperé al otro día y fui a La Municipalidad de La Plata a cumplir con lo esperado por todos.

Al día siguiente me invitaban a pasar el día completo con con Dalai Lama y recibir ese mencionado premio que me otorgaría en el pasaje Dardo Rocha, pero otra convulsión muy fuerte arruinó mi noche dejándome con una sensación tan fea que le dije a mamá que si volvía a sucederme no quería vivir más.

Y así y con los años empecé a tenerlas en distintos momentos y cada vez más y más intensas.

Estaba triste, en casa no había buen clima.

Mamá vivía angustiada y deprimida, y tenía y solía ponerse muy violenta cada vez que se encontraba frente a sus vacíos, mientras que papá un verdadero psicópata muy rico y poderoso aprovechaba la situación e intentaba llevarla a sus extremos.

Mamá se había convertido en lo que en psicología llamamos su COMPLEMENTARIA.

Se hacían juicio, y luego cenaban en los mejores restaurantes como si nada había pasado.

Se decían cosas horribles y luego fingían ante los demás que nada pasaba.

Así que comencé a tener problemas más serios por no aceptar mantener este control sobre mi.

Papá era muy violento, y sus golpes había dejado grades secuelas en mi cerebro.

Además de un gran odio contra él, que se alimentaba con los obligados encuentros a los que me sometían.

Pero con el pasar del tiempo comencé a enfocar toda mi energía en mis proyectos. Mamá siempre vivía enferma y sin darse cuenta me utilizaba de enfermero, lo que no me permitía hacer la vida de cualquier niño de mi entorno.

Pero aprendí mucho de estas cosas. Así que con mi poca capacidad para poder entender que el amor no pone condiciones, seguí luchando en mi intento de querer siempre sostener el papel de seguir siendo el mejor.

Y para sostener esto no dormía mientras que me tragaba todo libro que pasara ante mis ojos.

Ufff que fueron años duros aquellos, y mi escape se encontró siempre en la lecto-escritura y la música.

Solía leer todo el día además de andar con un discman casi pegado al cuerpo, era mi manera de crear mi mundo en medio de tanta locura.

Pero algo sucedió que cambió mi vida para siempre, me salió una beca para ir a estudiar al exterior, pues había sido seleccionado en un trabajo presentado a la Universidad, y eso abrió puertas que no sabía cambiarían mi vida para siempre.

Utilicé ese tiempo para formarme con cuanto profesional pude, me inscribí en la carrera de aromaterapeuta clínico, algo que siempre había deseado y me formé con algunos psicólogos que me brindaron montones de herramientas y recursos para mi posterior trabajo.

Y he de aquí que sin saberlo ni pensarlo terminé recibiéndome un 5 de Agosto años después.

Pasó el tiempo y junto a ello y con un gran trabajo en mi, logré curarme de todo lo que me aquejaba. Sí señor, hoy desde hace muchos años hago una vida totalmente normal y sin ninguna medicación para nada.

Los aceites esenciales no sólo trabajaron en mi a nivel sistema nervioso, sino también moviendo emociones que no quería ni deseaba revivir. Logré abrazarme con mis sombras, aprendí a quererme como nunca nadie me lo había enseñado, y a soltar un poco el control.

Empezar a amarme significó muchas cosas en mi vida, tenerme en cuenta, darme tiempo, dejar de ponerme condiciones para aceptarme, tenerme paciencia, cocinarme rico aunque comiera solo, darme tiempo para el ocio y el descanso, valorar mi tiempo y lo que hago, juntarme con gente que me nutra, aceptar mis vacíos para dar lugar a otros encuentros, etc.

Y así mi vocación me levantó de las cenizas, resurgí de nuevo, convertí mis infiernos en vida, mis tragedias en anécdotas, mis tristezas en alegrías, mis traumas en aprendizajes y mis miedos en valor.

Y este es un cachito de mi historia.

Tan solo el que decido rescatar…

Publicado en: Sin categoría

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Comentarios

  1. Solange Scianca dice

    1 octubre, 2018 a las 21:16

    Que hermosa historia de lucha y superación! Un ejemplo de donde te lleva luchar por cumplir los sueños, derribando los obstáculos. Todo eso te llevó a ser el excelente profesional que sos. Agradezco a Dios haberte conocido !

    Responder

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